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domingo, 20 de enero de 2019

Sección primera, DESCRIPCIÓN HISTÓRICO - ARTÍSTICA DE ALCAÑIZ

SECCIÓN PRIMERA.

DESCRIPCIÓN HISTÓRICO - ARTÍSTICA DE ALCAÑIZ.

En la parte baja y oriental del antiguo Reino de Aragón, a cuatro leguas de la frontera catalana, y en medio de feraces tierras y frondosísimos olivares, se encuentra la Ciudad de Alcañiz, a la que bien puede darse el nombre de Capital del Bajo-Aragón.

El río Guadalope, que en su parte derecha lame sus antiguas y desmoronadas murallas, fertiliza su hermosa vega, manteniendo una población de más de nueve mil almas.

Grato es contemplar la perspectiva de la Ciudad por la parte del septentrión, desde una colina inmediata que da frente a la misma.
Se halla dicho punto a la distancia de media legua, y conduce a un carnoso olivar de árboles gigantescos, cuya partida tiene el nombre de Vuelta de Febrero.

No es extenso el horizonte que desde allí se descubre, pero sí suficiente para recrear y satisfacer el gusto de los espectadores. El raudo río que va serpeando debajo de la colina después de haber dado la vuelta a la Ciudad de mediodía a norte, promediando desde aquí ls distancia y ausentándose rápidamente por entre los cercanos montes del uno y el otro lado; la risueña vista que se prolonga hacia el occidente, decorada con fertilísimas huertas y pintorescas ermitas (1) en las alturas de las próximas montañas; y el claro-obscuro que a la caída del sol presenta todo el conjunto, dan seguramente un grande interés a la animación de este bello cuadro de la naturaleza y del arte.

(1) Estas son la de Santa Bárbara, de Ntra. Sra. de los Pueyos, de la Anunciación, y la Capilla del Cementerio, distantes de la Ciudad de 1800 a 2800 metros.

Ntra. Sra. de los Pueyos,


Pero todavía es más variado y completo el que ofrece desde mediodía a poniente, visto y examinado desde la misma Ciudad. Cruza por debajo del Castillo un paseo que la une al Arrabal, formando al mismo tiempo un ángulo saliente y de bastante elevación para dominar perfectamente una grande extensión de terreno. En primer término, aparece una campiña de dos leguas de larga por una de ancha, en que campean majestuosamente el olivo y toda clase de árboles frutales, alternando con grata variedad y bello colorido las mieses y toda clase de cereales y hortalizas. Luego se descubre el precioso estanque (La Estanca) de más de una legua de circunferencia, en que se crían tantas aves y tan sabrosas anguilas; las tierras de labor, que no tienen riego artificial; algunos pueblos inmediatos de no poca consideración; y los montes Idúbedas de los Romanos, que tan lejanas comarcas recorren y atraviesan. Y en el último término y como en lontananza, el célebre collado de D. Blasco y el Palomita de Cantavieja, distantes doce leguas de la Ciudad.

La parte oriental contrasta notablemente con las anteriores por su serio y rústico aspecto, dándoles por eso mayor importancia y valor. El riego no fertiliza ya sus numerosos valles; y los cerros y oteros que hacen monótona su vista, no presentan a la misma más que peñascos desgajados de sus bancos horizontales, y detenidos por las piedras y tierras de aluvión. Diríase que toda esta comarca ha sufrido en su forma terribles sacudimientos y trastornos, cuya época no es fácil determinar.

Dada ya una idea general de los contornos y vistas exteriores de Alcañiz, vamos a ver rápidamente, y como en un panorama, la historia, las vicisitudes y las circunstancias locales de esta Ciudad: cuyo cuadro animado nos presenta en breves páginas la Descripción histórico artística del Sr. Quadrado, que como atrás hemos advertido, insertamos a continuación; ya por su belleza y mérito literario, ya porque nos pone a cubierto de la tacha de parcialidad, que no es fácil alcance a este probo y acreditado escritor Mallorquín.

Añadirémosle nosotros algunas notas importantes para mayor esclarecimiento de los hechos; y después, dos Apéndices separados que acompañarán a esta Sección.

He aquí, pues, el texto del Sr. Quadrado, transcrito de sus Recuerdos y Bellezas de España y tomo de Aragón.

“Asoma la Ciudad sus dos extremidades al pie de un cerro, al cual rodea por detrás en semicírculo, y cuyo declive más suave cubre a modo de anfiteatro su caserío, dominado por la suntuosa mole de la Colegiata. Cíñela amorosamente el Guadalope, describiendo la misma curva; y del lado del Oeste, un magnífico puente de siete arcos, enlaza a la población con el delicioso paseo, donde brota por setenta caños copioso manantial, (1) y donde transformada en alhóndiga la Iglesia de Santo Domingo, tiende su nave de crucería eregida en 1518.

(1) A estos caños de agua, se ha añadido en el presente año de 1859, una fuente piramidal, que arroja el agua por alto defendiendo sobre un crecido plato de piedra, desde el cual baja mansamente a un ochavado vación. Así esta fuente como la glorieta del mismo paseo en que está aquella situada, juntamente con el arreglo de la vistosa plaza del Cuartelillo, se deben al celo del Muy Ilustre Ayuntamiento de esta Ciudad, y dirección particular de su Alcalde D. Joaquín Foz.
Pero esperamos también, que a esas mejoras y adelantos, sigan otras muy útiles e importantes que tanto se echan de menos, y que tanto contribuirán al buen nombre de la población, y a la comodidad y provecho de sus moradores: motivo por el cual hemos resuelto hacer en esta obra algunas oportunas y útiles indicaciones.

Desde las márgenes del río suben las calles en descansada pendiente que favorece a su limpieza; y el que en las casas aragonesas acostumbra echar de menos, fábricas de piedra y gótica arquitectura, sorpréndese y goza en contemplar allí la solidez y dorado tinte de los sillares; las molduras de las fachadas; los arabescos de las ventanas, partidas a veces por ligeras columnitas; la gallardía enfin de los edificios, que en Alcañiz, mejor que en otra Ciudad alguna, corresponden a la nobleza y antigüedad de sus poseedores. (1)

Suspendidos en cada encrucijada los ojos ante brillantes vestigios del siglo XV, se detienen por fin en la pintoresca plaza de las Casas Consistoriales, cuyo frontispicio componen, en el primer cuerpo, dos columnas dóricas istriadas, flanqueando el airoso portal: en el segundo, tres ventanas de orden jónico adornadas con un frontón triangular; y ocupada la del centro por los blasones municipales. (2)

(1) Todo esto se ve en las grandes casas de Ardid y Plano, de Franco, de Ram, de Blasco, de Lafiguera, de Andilla, de Salillas, de Montañés y otras varias, cuya mayor parte fueron construidas siglos ha, por los Señores Comendadores de Calatrava, según lo atestiguan sus mismas armas.

Con esta obra del renacimiento forman ángulo los restos del antiguo edificio o Corte, donde en la edad media se administraba justicia. Tres grandiosos arcos sostenidos por ligerísimas columnas, proyectan en el aire sus boceladas ojivas orladas de colgadizos, trazando un espacioso pórtico, en cuyo fondo aparecen sombrías puertas y tapiadas ventanas. Una misma galería de orden toscano corona el frontispicio y el pórtico; como si los arcos de este no hubieran tenido en su origen otro destino que el de aguantar aquella parásita añadidura,

Dan frente al pórtico negruzcos y también ojivos soportales; y a continuación de esta plaza, ostenta holgadamente la Colegiata su magnífico, aunque barroco frontispicio. La explosión de un almacén de pólvora incendiado por una centella en 2 de Setiembre de 1840, cubrió los sitios inmediatos de ruinas que empiezan a repararse. (2)

(1) Estos consisten en un castillo debajo de las cuatro barras catalanas, y dos cañas verdes que simbolizan el nombre de Alcañiz, defendiendo este escudo de armas dos grandes leones. Y debe notarse aquí, que por privilegio del Rey D. Alonso II de León, añade Alcañiz a las suyas las armas de Castilla.

(2) Grande y terrible fue esta catástrofe para la Ciudad de Alcañiz, además de haber causado como unos 60 muertos y 200 heridos y contusos padecieron extraordinariamente casi todos los edificios; y no solo los inmediatos al local de la explosión y en que todavía se encuentra una calle enteramente arruinada, si es que hasta los más distantes de la Ciudad. La Iglesia Colegial, a pesar de la solidez de sus muros y la robustez de sus arcos, se estremeció notablemente: resquebrajáronse sus bóvedas, hundiéronse algunas de sus capillas, y se hicieron astillas sus puertas y canceles. El de la parte norte se ha reconstruido recientemente con la ayuda de diez mil reales vellón que legó para este piadoso objeto el último Dean de esta Iglesia, D. Rafael Félez.

Para que se pueda formar una idea de lo que fue esta catástrofe, vamos a dar una relación exacta de los efectos de guerra que existían en el depósito provisional del Almudí, en la misma forma que pudimos obtenerla de la Maestranza.

Cartuchería cargada para la artillería de sitio y batalla.

CARTUCHOS DE CAÑÓN.

De a veinte y cuatro 740
De a diez y seis 610
De a doce 420
De a cuatro y dos quintos 700
De a cuatro 470
Con bala de a ocho 910
De a doce con granada 100

3950

Granadas de mano 290
Cartuchos de fusil calibre español 269200
De cañón moderna 242

FUEGOS ARTIFICIALES

Hachas de contraviento 120
Camisas embreadas 2
Carcasas incendiarias para mortero de a catorce 8
Espoletas cargadas para bombas de a catorce 1926
Para los de a diez 4103
Para los de a siete 3220
Espoletas para granadas de a veinte y cuatro 200
Para las de a diez y seis 151
Para las de a siete 151
Para las de a siete 3220
Para las de cinco y media 300
Estupines para cañón de a doce 1200
Para los de a ocho 16200
Para los de a cuatro 2600
De cañón de a veinte y cuatro 10100
Para los de a diez y seis 4600
Para obús de a nueve 400
Faginas embreadas 104
Lanzafuegos 1069

EFECTOS DE PARQUE

Barriles de empaque 342
Cajones de id 669
Sacos de empaque de pólvora 683

Omitimos otros efectos y utensilios que si bien son de mucho valor ofrecen ya menos interés. Tal fue aquí la postre de la última guerra civil, en la cual sostuvo dos sitios y un largo bloqueo de dos años, con las pérdidas a ellos consiguientes; pérdidas, que unidas a las muchas víctimas que tuvo y dos saqueos generales que experimentó en la guerra de la independencia por su extraordinario patriotismo, y a la falta de medios de comunicación y transporte, la han reducido al triste estado de una Ciudad pobre con apariencias de rica. Pero esperamos confiadamente que las dos líneas de carreteras que han de atravesarla con el tiempo, la han de transformar en una Ciudad importante, por la doble circunstancia de producción y transporte con que simultáneamente contará entonces, además de ser el centro del suelo feráz del Bajo-Aragón. Dichas líneas consisten en la carretera de Zaragoza a Valencia, y en la de Madrid a Barcelona por este punto.

La primera que es la más conveniente para este país, por su continua e inmediata comunicación con Zaragoza, está algo adelantada; y por la segunda, falta que abrir el trozo que media desde Monreal del Campo hasta Mora de Ebro; desde cuyo punto a Barcelona, corre ya la diligencia por el Priorato y el litoral de Cataluña. Como son grandes las ventajas de esta carretera general (pues que abrevia más de 30 leguas a la que ahora va por Zaragoza) no será extraño que el Gobierno, que conoce ya
su grande importancia, trate de darle impulso y utilizarla en beneficio comunal del País.

La Ciudad nueva llevando todavía el nombre de Arrabal, se prolonga en dilatada calle a espaldas de la colina, cuyo antiguo castillo aparece en el fondo de cada travesía. Asiéntase a la mitad de ella el convento de Carmelitas calzados; y a su extremidad, el de Franciscanos con su magnífica Iglesia de tres naves, fundada ya en 1524 por Andrés Vives, famoso médico y Prior de la Colegiata de Alcañiz, que en Bolonia estableció un Colegio para sus compatricios.

Recién expulsados los Sarracenos se dividían entre sí la población cuatro parroquias:
Santa María, San Pedro, San Juan de la Morera, y Santiago.
La última, que hacia 1181 se construía, ha desaparecido totalmente.
S. Pedro arrastra hoy entre escombros su decrépita existencia, y solo Santa María ha ido adelantando su pujanza, hasta absorber a las demás como Colegiata y parroquia.

Fue el castillo su primer asilo, y créese todavía reconocer el sitio que ocupaba dentro de sus almenas. De allí bajó a la falda en medio de pacíficos techos; y cuando la toma de Ibiza en 1235 arrancó a JaimeI ardientes votos de gracias al Altísimo, oró ya el piadoso Monarca en su Capilla de la Virgen de Nazaret, que perseveró en dicho templo hasta 1650 y hoy se venera en la Colegial.

A principio del Siglo XIV, promovíase la fábrica y ensanche de la precitada parroquia de Santa María; y en 1407, a ruego de San Vicente Ferrer, huésped por entonces de Alcañiz, la erigió (erigiola) el Papa D. Pedro de Luna (Benedicto XIII) en Colegiata, honrando a la vez lo ilustre de la población y lo grandioso del edificio. (1)

Era este ya entonces merecedor de una Catedral. Seis robustos pilares por banda formados por un haz de columnas, sustentaban la nave principal descollando entre las laterales. Riquísimo retablo de crestería, adornaba el áspice cercado de columnata; y al norte y al sur, abríanse dos magníficas puertas en el fondo, de seis y de doce arcos en degradación, guarnecidos sus arquivoltas por inmensa variedad de encajes, guirnaldas, doseletes, y ordenadas legiones de Santos. Nunca, ni más pura ni más acabada belleza gótica (si hemos de creer a las memorias nada sospechosas del siglo XVII) pereció inmolada en la flor de sus días al rigor del barroquismo: nunca la manía innovadora obtuvo un triunfo (truinfo) más fácil y lamentable.

(1) Al final de este artículo pondremos la descripción de este templo.

En 1736 el arquitecto alcañizano D. Miguel Aguas emprendió la restauración desde los cimientos; y si pudiera merecer gracia su obra, tras de las ruinas que para hacerse lugar amontonó, la obtendría, sin duda, por su magnificencia y suntuosidad, y por un gusto menos corrompido de lo que su época amenazaba. La fachada partida en sus dos cuerpos por pilastras de orden dórico y corintio, y sembrada de laboreadas ventanas, se eleva en irregulares curvas en medio de dos altas y graciosas torres: y en el centro, un arco colosal cobija la portada dividida en tres cuerpos a manera de retablo, cuajada de columnas
salomónicas, y de barrocos caprichos. Sólidos muros, churriguerescas ventanas, y alguna otra portada más cercana ya al segundo renacimiento; ofrece aquella mole de piedra al que rodea por fuera su recinto; descollando todavía por cima de su cimborio el gótico campanario del siglo XIV, cuyo primer cuerpo macizo se nivela con la altura de la nave lateral. Otros tres cuerpos se le sobreponen, divididos por ligera moldura, y flanqueados por pilares en sus recortadas esquinas; y grandes ojivas, adornadas algunas con arabescos y partidas por una columna, dan vida a aquel coloso, cuya gallardía no reconocería superior si no lo desluciese un remate de ladrillo. (1)

(1) Este no existe en el día habiéndole sustituido otro remate en forma piramidal, en el que se han colocado las campanas de los cuartos y de las horas del reloj, con la cruz y veleta en su cúspide.

En el interior de la Colegiata, cundió a sus anchuras y sin tropiezo la restauración; y lo único que respetó de lo antiguo fue el bello sepulcro de los padres del Cardenal D. Domingo Ram en la Capilla de S. Mateo, (1) y las excelentes estatuas que envió de Roma aquel Prelado para adorno del retablo. (2)

Por lo demás ¿qué importa la espaciosidad y desahogo de las tres naves, la magnificencia y hermosura de algunas Capillas, como la de la Soledad, y las estimables pinturas con que se envanecen? ¿Qué los mármoles y jaspes del retablo principal con su moderno y acendrado gusto (objeto de los aplausos de los inteligentes), y la costosa sillería del Coro, y el hermoso verjado que lo rodea?

(1) También se respetó el púlpito donde tantas veces predicó San Vicente Ferrer, si bien se trasladó a la capilla del mismo Santo. En ella se conserva en el día con grande aprecio y veneración de los alcañizanos, los cuales por los grandes beneficios que les dispensó en vida este insigne apóstol, lo han considerado siempre por su amado paisano y especial protector.

(2) En el centro de esta Capilla se halla el vaso funerario donde se entierran los difuntos de esta noble familia; lo cual advierte a todos una losa sepulcral que lo cierra, con este dístico latino.

CORPORA RAMORUM,
SUB HAC ABSCONDITA FOSSA:
SICUTI PHOENICIS
SUSCITET ILLA DEUS.

Los ojos se sacian muy presto cuando nada trasmiten al alma, y la imaginación fiscalizadora pregunta sin cesar por aquellas ojivas bóvedas, por aquellos robustos al par que ligeros pilares, por aquel altar de crestería tan cruelmente demolido, figurándoselo todo más bello por lo mismo que pereció. (1)

Timbres de remota antigüedad realzan a Alcañiz tanto como sus buenos edificios y fertilidad de su suelo. Siete siglos hace que se trasladó a su actual asiento, desde otra colina distante media legua hacia el sudoeste; pero aquel suelo primitivo se cree consagrado por ilustres ruinas y depositario de preciosas lápidas y monedas. En el siglo XIV la opinión común fijaba allí el sitio de la antigua Ergávica, tan célebre por su opulencia en la época Romana, como en la Goda por su silla episcopal. Blancas, Lanuza, Méndez, Silva y otros lo afirmaron: las cañas que han comunicado a Alcañiz su moderno nombre, aparecían en las medallas al lado de Ergávica; y la población, en apoyo de sus pretensiones, citaba la historia de insignes lápidas y monumentos.

Últimamente, cuando se reconoció que Ergávica había de buscarse dentro de los límites de la antigua Celtiberia, o entre los Vascones, y que su situación no podía corresponder a la de Alcañiz, (1) ha invocado por su ascendiente a la Ciudad de Anitorgis desde la cual vio Asdrúbal dividir sus fuerzas a los dos Escipiones acampados en la otra parte del río, y a Cneo abandonado de los Celtíberos sus auxiliares; preparándose así la catástrofe, que había de envolver a los dos hermanos.

(1) El Autor se deja llevar demasiado de su afición entusiasta por la arquitectura gótica y bizantina, cuya aplicación a los templos del Cristianismo, creemos también nosotros muy propia y conveniente. Y he aquí por que esta construcción alcañizana del siglo XVIII, que sorprende a todos los viajeros por su grandeza y magnificencia, no le ha merecido a él los aplausos de la admiración, no obstante haberle arrancado algunos elogios, en medio de sus justas lamentaciones por el derribo innecesario de la bellísima antigua Iglesia gótica de esta Ciudad.
Aparte de esto diremos nosotros, que el mérito exterior de su hermosa y nueva cantería, sus graciosas y muy bien laboreadas ventanas, sus lindísimas torres colosales del frontis principal, su elevado y majestuoso cimborio flanqueado de cuatro altas torres de varia arquitectura, y las grandes fachadas de sus puertas; forman un aspecto magnífico y sorprendente. Y si es verdad, que en estas últimas se advierte, en medio de sus buenas estatuas, cierto recargo de follaje, o algún lujo caprichoso de ornamentación; ninguno reconocerá aquí el gusto exajerado y defectuoso de Churriguera que se vé en otras partes.

En cuanto al interior del edificio, todo él de orden compuesto, menos la graciosa Capilla de la Soledad que es de orden corintio, ¿no constituye un todo admirable y completo en su género? ¿Hizo aquí otra cosa la restauración que darle unidad y concierto? De consiguiente, lo único de que puede quejarse el Sr. Quadrado, os de que no sea de orden gótico.
Sus buenos altares, sus proporcionadas capillas, su hermoso coro, su excelente órgano (con su caja bellísima y elegante), y últimamente la esmerada y abundante escultura así de los capiteles como de las cornisas; llenan seguramente las exigencias del buen gusto y las buenas y cómodas proporciones que debe tener un templo crecido, juntamente con las ventajas apetecidas de su parte acústica, tan convenientes para el canto y la predicación. ¿En que templo pueden acomodarse y caber más personas para oír el santo sacrificio de la misa, y ver al mismo tiempo al sacerdote? ¿En qué templo pueden oír más individuos la palabra divina
con tanta claridad y distinción? He aquí, pues, todo lo que se ve y admira en este templo magnífico y poco común en su género: he aquí lo que nos ha movido a pagarle este justo tributo de admiración y de aprecio.

(1) En otro lugar hablaremos de las causas y motivos que han contribuido a modificar y variar esta opinión.

La población Romana, cualquiera que ella fuese, atraviesa desconocida la dominación del Imperio, la pujanza y la caída de los Godos; y en su lugar aparece por primera vez en la historia la árabe Ciudad de Alkanit, para presenciar una sangrienta asechanza. En sus llanuras acampaba, con las tropas cristianas de su mando, el célebre tránsfuga Hafsum después
de haber conseguido con rendidas cartas, conjurar la indignación del Califa de Córdoba, que se adelantaba para subyugarle. Allí, en un día del año de 866, recibió como auxiliar contra los cristianos al fuerte ejército que le amenazara como enemigo. Una falsa y traidora paz, tendía sus alas sobre ambos campamentos, cuando a deshora de la noche el alfange de los de Hafsum segó las dormidas tropas del Califa engañado; y el nieto de este, el jóven Zeid Ben-Casim
so jefe, murió valerosamente peleando. Tras de esta cruel matanza vengada a costa de sus autores, ya no figura Alcañiz sino hacia 1119, asediada por las victoriosas armas de Alonso I que desalojaron a la morisma de las márgenes del Ebro, a poco de haber realizado aquel gran guerrero la conquista de Zaragoza. Así lo sienten Alonso Gutiérrez, el Abad Briz, el Dr. Blasco de Lanuza y el Maestro Buendía.

Un pinar vestía entonces el cerro de la moderna Alcañiz; y cuando los Sarracenos vieron a lo lejos, desde sus muros, alzarse en aquella cima un castillo, y que no se trataba de momentánea invasión, contempláronse perdidos. En el furor de su desesperación asolaron sus propias casas, destruyeron sus preciosidades; y el despecho del vencedor, se indemnizó sobre sus vidas del óptimo botín que le habían sustraído.

En torno del nuevo Castillo, agrupóse la nueva población, favorecida, como lugar fronterizo, con insignes privilegios, y amparada por nobles adalides, como Gimeno de Luna y Sancho Aznar, (1) a quien se encargó la custodia del fuerte. En 1157 otorgóles el IV Conde de Barcelona D. Ramón Berenguer, esposo de D. a Petronila, su carta-puebla, concediéndoles todos los fueros de Zaragoza, señalando vastos límites a su distrito; y facultándoles para construir casas, sin retener para si más que el Castillo y dos molinos. Con la rendición de Caspe ganó en fuerza y en importancia Alcañiz, erigida en baluarte de la comarca; pero confiada por lo mismo su defensa a la orden de Calatrava, y dada en encomienda al
Maestre D. Martín Ruiz de Azagra por Alonso II en 1179, compró la protección con la pérdida de su libertad.

(1) A estos nombres ilustres de los antiguos pobladores de Alcañiz, deben añadirse los de Ram, Santapau, Castellón, Jover, Romeo, Bardagí, Cerbellón, Caballer, Castillo, Ripol, Blasco, España, Ferrer y otros, que en su mayor parte se conservan todavía.

Entablóse posteriormente una perenne lucha entre la villa y el Alcázar feudal que la dominaba. Los Maestres aspiraban a un absoluto señorío, y la Municipalidad buscaba en el trono su resguardo.
Sus Diputados como representantes del pueblo y no de sus señores, se sentaban en el banco de las Universidades. La contribución de los vecinos oprimidos por gravámenes excesivos, se fijó por Jaime I en 2,000 sueldos anuales; y Alonso III les autorizó para repeler con armas a los enemigos intestinos o extranjeros, que intentara la orden introducir en el castillo.
Hartas veces por estas querellas, se apeló a la fuerza, y corrió la sangre por ambas partes, aun de las personas de más autoridad, como el Comendador de Burriana y Gobernador de la orden D. Martín de Molina, y los familiares del Comendador mayor D. Fernando de Aragón que perdieron sus vidas. Así anduvieron hasta que Alonso V en agradecimiento de 1,500 florines de oro con que le sirvió la villa para las guerras de Italia, la incorporó perpetuamente a la corona en 1438, sancionando su derecho de resistencia hasta la muerte contra cualquiera que presumiese señorearla, aun revestido de regios poderes.

El Gobierno municipal lo constituían cuatro jurados. Al Justicia que debía ser Aragonés y nombrado por el Gobernador de Calatrava, tocaba decidir las cuestiones pendientes entre la villa y la orden, permitiéndose apelar al Maestre y al Soberano. La autoridad publica era vigorosa, y sus juicios imparciales; y Caballero hubo que no redimió su crimen, sino fabricando a su costa el pilar ignominioso (y sin embargo magnífico) con cuatro leones por capitel, donde eran colgados los criminales, a una hora distante de la población.

El vecindario era en verdad poco crecido, pues en 1396, Alcañiz y sus Aldeas no contenían sino 1136 hogares, inclusos los Moros y los Judíos. Estos últimos habían sido, desde la fundación, admitidos como pobladores, si bien excluidos del recinto de la villa; y su torre y Sinagoga se alzaban en el sitio que ocupa ahora la ermita de la Anunciación. (1)

Abiertas estaban también las Aljamas, con no escaso beneficio del pueblo; y en 1406, el Bayle General D. Ramón (Ramon) de Mur, se obligó por 300 florines de oro a alcanzar privilegio para que se avecindasen allí los Moros, y gozasen las libertades mismas que los de Zaragoza.

(1) fue destruida esta ermita por los Franceses en la guerra de la Independencia; y en el presente año se ha reedificado y habilitado para el culto público, por el celo y actividad del Coadjutor eclesiástico de esta Ciudad, D. Manuel Gil, secundado por los piadosos donativos de sus habitantes.

En 1415, convertidos con las predicaciones de S. Vicente Ferrer los Judíos principales, cerróse de Real orden la Sinagoga, y se prohibió a los sectarios forasteros permanecer en Alcañiz más de tres días y quince en tiempo de feria.

A su amena al par que fronteriza situación, debió la villa su acrecentamiento. Lugar de su recreación y deporte solía llamarla Jaime I, quien resolvió allí solemnemente, y luego en las cortes de Monzón, la conquista de Valencia: y en 1250 celebró en ella cortes generales, sometiendo al juicio de árbitros sus decisiones con su primogénito D. Alonso.
Durante el interregno de 1411, Alcañiz, elegida para residencia del Parlamento Aragonés, oyó las solemnes y pacíficas discusiones en que se litigaba una corona.
Discusiones, no turbadas como ahora, por el ciego espíritu de partido, ni por el rumor de las armas, ni por las inquietudes exteriores. Vio también comparecer, como sumisos demandantes, a los Embajadores del Rey de Castilla y del de Francia; y atrayendo a su
seno las diputaciones del Parlamento Catalán y del Valenciano, como también la eficaz influencia y cooperación personal del papa Luna; presenció el nombramiento definitivo de los nueve Jueces, que habían de dar al huérfano Trono una nueva dinastía.

Mientras Alonso V luchaba en Italia con la fortuna, el Rey de Navarra D. Juan, Lugarteniente suyo en Aragón, presidía en Alcañiz las Cortes de 1436, (1) que otorgaron a su Soberano el nunca visto servicio (por el valor que entonces tenía la moneda) de 220,000 florines. Y la Reina D. María celebró allí mismo, en 1441, otras cortes que fueron prorrogadas para Zaragoza. En 1462, fue entrada con otros muchos lugares, por los Castellanos y Catalanes, que se sublevaron contra Juan II. Pero el levantamiento del Principado en 1640 puso a prueba su hidalgo brío. Los servicios en fin prestados a Felipe IV, le valieron en 26 de Junio de 1652, el merecido título de Ciudad (2).

(1) En esta cortes se hizo un código o cuaderno de leyes y fueros de Aragón, que con los demás que fueron publicándose en otras cortes aragonesas, completaron el código general, llamado de D. Jaime el conquistador.

(2) Estaba gobernada la misma en lo político y militar, por un Corregidor que tomaba estos títulos, y cuya jurisdicción se extendía al vasto territorio de 99 pueblos, granados muchos de ellos, que venían a componer la quinta parte de la población de todo este antiguo Reino de
Aragón. En lo eclesiástico tenía un Juez foráneo, con 111 pueblos de demarcación, el cual se conserva al presente, desde últimos del siglo XIV en que se erigió, salvas las modificaciones introducidas por el último concordato.

La guerra de sucesión, la de la independencia y la última civil, todas sucesivamente, han marcado sus huellas en aquel punto encontradizo, legando a la posteridad recuerdos de heroísmo.
No será inoportuno el que presentemos a nuestros lectores algunos acontecimientos de estas pocas tan celebres.

PRIMERA

En la guerra de sucesión, fue Alcañiz la primera Ciudad de Aragón, que oyendo las astutas y ardientes sugestiones del Conde de Cifuentes, furioso partidario y agente de la causa del Archiduque triunfante entonces en Cataluña, empuñó también las armas siguiendo su ejemplo. Caspe, Calanda, Monroyo y demás pueblos de la Comarca, imitaron instantáneamente el ejemplo de Alcañiz.

Puso esto en gran inquietud y movimiento a todo Aragón; pero la actividad y destreza que desplegó el Príncipe de Tilly, que salió prontamente de Madrid de orden del Rey D. Felipe, y el gran prestigio que le daban las facultades de que venía investido y las fuerzas militares con
que contaba; obligaron a los Alcañizanos a la sumisión, que verificaron decorosamente, depositando sus armas en el Castillo.

Desembarazado el Príncipe de esta primera dificultad, dejó por Gobernador de la Plaza a
D. Miguel de Pons y Mendoza, Coronel de Dragones, y acudió con presteza a sofocar la rebelión en su cuna.

El Conde de Cifuentes que se hallaba a la sazón en Alcañiz dirigiendo el movimiento y agitando los ánimos, pudo escaparse furtivamente y ausentarse del País; y los pueblos que habían abrazado su partido, tardaron poco en volver a la obediencia del monarca Borbón (Borbon), sobretodo, después de las severas ejecuciones de Calanda.

SEGUNDA

Mas trágico y desgraciado fue el levantamiento enérgico de Alcañiz en la guerra de la Independencia. Sitiada Zaragoza por las tropas francesas al mando del General Lefebre, luego que pisaron el suelo aragonés; un grito general de indignación resonó por todas partes.
Sin tropas los pueblos, inexpertos en el arte de la guerra, y sin la unidad del Gobierno supremo que los guiase convenientemente; hallábanse en la situación más crítica y desastrosa. Pero acordáronse al punto de que eran españoles; que eran descendientes de los que no pudieron sufrir nunca el dominio extranjero; que peligraba su Patria, su Religión, su Libertad; y que una negra ingratitud y una infame perfidia, indignas del gran Capitán del siglo, les había arrebatado dolosamente a su Monarca, y facilitado la invasión en sus estados.
Acordáronse de esto, y esto fue bastante para suplirlo todo. Esta opinión compacta, este sentimiento unánime de todo el Pueblo Español, fue el gran talismán que obró prodigios asombrosos contra el agresor, y que concluyó por postrarle, por lanzarle de España.

Poseída Zaragoza en alto grado de estos leales y patrióticos sentimientos, se llenó luego de gloria y de honor. Su primer sitio en que tan completamente triunfaron el denuedo y las virtudes de sus hijos, es sin duda alguna la página más brillante de su historia; y por eso su nombre ilustre, está escrito en el gran libro de la inmortalidad al lado de los imperecederos de Numancia y de Sagunto.

Ocupada se hallaba esta heroica Ciudad en rechazar las numerosas huestes napoleónicas, que por segunda vez vinieron con grandes y formidables aprestos militares a probar su hidalgo brío, cuando una división enemiga de 2000 infantes, 600 caballos y algunas piezas de montaña al mando del General Vathier, se dirigió contra Alcañiz; cuyos habitantes creyendo un deber sagrado el imitar el elocuente y sublime ejemplo de la Capital, se habían puesto también en actitud guerrera contra los invasores.

Vathier llegó a Samper de Calanda a mediados de Enero del año 1809 y desde allí ofició a los alcañizanos pidiéndoles raciones para su ejército. Estos no dieron otra contestación, que poner en la cárcel al conductor del parte. Desairado de este modo el General Francés, se encaminó contra Alcañiz con todas sus fuerzas, en el día 26 de Enero. Como la Ciudad estaba abierta en su mayor parte, salieron a recibirle a la distancia de media legua como unos 700 hombres, con lanzas, escopetas, y muy pocos fusiles, es decir, poca gente y mal armada, y con más valor que prudencia; como acontece siempre en tales casos, en que el entusiasmo atiende más al fin que a los medios.

Los franceses desplegaron pausadamente sus guerrillas, disparando al mismo tiempo algunas granadas y balas rasas de efecto; y poniendo luego después en movimiento su caballería, obligó a los nuestros a replegarse a la Ciudad con alguna ligera pérdida de una y otra
parte. Desde esta, se defendieron todo lo posible, hasta que viéndose casi circunvalados (circumbalados), y que el enemigo había penetrado por la parte abierta del Matadero, les fue preciso huir y abandonar la Ciudad.

Se hallaba esta desalojada ya de antemano de casi toda la gente que no era útil para las armas, por el peligro inminente en que le había colocado su hostil posición; y esta fue la causa de que aunque los Franceses entraron a saco y a degüello, no fueron tantas las víctimas cuantas hubieran sido sin esta circunstancia. No obstante, pasaron de 140 las que sucumbieron al filo de la espada enemiga, casi todas personas indefensas del uno y otro sexo, de que no se perdonó a ninguna.

Hubo en medio de esto, hechos singulares de extraordinario y heroico valor que no debemos omitir. Obstinado en no querer salir de la Ciudad un honrado cazador llamado Miguel Rufí, se colocó en la ventana de su casa de la calle mayor número 9; y desde allí, con dos escopetas que tenía bien preparadas, fue haciendo varios disparos certeros contra los Franceses, hasta que asaltándole la casa, que aun defendió con denuedo desde lo alto de la escalera, murió gloriosamente con su mujer, inmolando así su vida por la patria.
Otro tanto hizo en la plaza del Carmen, desde el primer balcón de la casa número 17, el presbítero D. Tomás Barrera, sochantre jubilado de la Capilla Real. Excitando desde allí a sus
paisanos a la defensa de la Ciudad, quiso predicarles también con el ejemplo permaneciendo inmóvil con su arcabuz, que usó valerosamente contra los invasores, hasta que allí mismo le quitaron la vida. Quedó por mucho tiempo estampado en la pared el rastro precioso de su sangre, como un epitafio mudo, pero elocuente de su grande españolismo, que advertía a sus paisanos el modo heroico de pelear y morir por la patria.
Después de estas escenas de sangre y desolación, que aun costaron caras a los Franceses (a más de 400 hombres hace subir su pérdida el conde Toreno, si bien muy exageradamente) quedó la Ciudad ocupada del todo por ellos durante muchos días, en los cuales tuvieron
sobrado tiempo para despojarla de toda la riqueza que había acumulado en un siglo de paz transcurrido desde la guerra de los interregnos, siglo en que no se conocían las ruinosas y ridículas modas del día y en que con la abundante producción del país habían podido hacerse largas economías y buenos capitales. Alcañiz entonces era una Ciudad rica, muy rica; difícilmente se verá ya en una situación tan ventajosa y desahogada. ¡Y todo esto desapareció en breves instantes por su excesivo entusiasmo en favor de la causa nacional !

Entre las pérdidas más sensibles de esta Ciudad, deben contarse las riquísimas alhajas de la Iglesia Colegial, juntamente con las de todas las Iglesias de la población; el notable archivo de la Municipalidad y una Suma de Santo Tomás escrita de su propio puño, con notas marginales de San Vicente Ferrer.
Esta rara preciosidad la regaló el Santo a la Biblioteca del convento de los padres Dominicos de esta Ciudad, con un crucifijo de una vara de alto que llevaba en las misiones, en testimonio de la estimación y aprecio en que tenía a estos respetables varones, en cuya compañía había vivido mucho tiempo.
Así lo dicen las Historias manuscritas de Alcañiz y se halla confirmado por varios e insignes escritores. En la Disertación polémica sobre la Inmaculada Concepción, que publicó en Roma el Excelentísimo Cardenal Lambruschini, Secretario de estado del Sumo Pontífice Gregorio XVI, y que luego después se tradujo a nuestro idioma, se halla lo siguiente a la página 46: En una nota puesta al margen de un códice que contenía la Suma de Santo Tomas (ad 3 p. q. 27 art. 2 ad 3) se leen estas palabras escritas de propio puño de S. Vicente Ferrer:
Beata Virgo fuit immunix a peccato originali: la Bienaventurada Virgen María estuvo exenta del pecado original.
Este Códice (prosigue el mismo Lambruschini) como nos lo atestigua el Cardenal Sfrondati, so conservaba, antes de las desastrosas calamidades que afligen a la España, en el Convento de Santo Domingo de la Ciudad de Alcañiz.
Y en la Historia de la Provincia de Aragón del orden de Predicadores que escribieron los RR. PP. Mariano Rais y Luis Navarro del mismo orden, y que comprende los sucesos acaecidos desde el año 1808 hasta el 1818; léese también lo siguiente:
Las pérdidas (del convento de Alcañiz) han sido tales, que jamás podrán recordarse sin dolor. Son las menos sensibles, muchos relicarios de plata, preciosos ornamentos y la librería; porque en más que todo esto, era apreciable el crucifijo del P. S. Vicente Ferrer; una Suma de Santo Tomas en cuatro tomos en pergamino con las notas marginales de mano de dicho apóstol valenciano, regaladas por él mismo al convento, y todos los ornamentos de que se había servido mientras allí estuvo. Los sabios apreciadores de las obras de los santos Padres. llorarán la pérdida de esta Suma del Ángel Maestro, una de las más antiguas que se conocían, a no haberla confrontado con otros ejemplares y anotado las variantes el Maestro Tomás Madalena, de cuyo trabajo se han valido los editores modernos, con ventajas de la República de las letras. Así también se ha perdido el libro de los Sentenciarios, que juntamente con la Suma había regalado el Santo, y se supone dádiva del Papa Luna, llamado Benedicto XIII.
Esta suposición la creemos también nosotros muy fundada, por el grande aprecio y estimación en que tenía a nuestro Santo dicho Pontífice, de quien era además Confesor antes del Concilio de Constancia.


Concluido ya el esclarecimiento oportuno de este interesante punto de nuestra historia particular, volvamos a los sucesos de la época desastrosa de que vamos hablando.

Los franceses conocieron muy bien la importancia militar de Alcañiz, la que no abandonaron jamás hasta que fueron expulsados de España. Pusieron guarnición en el castillo; y con una fuerte columna volante, dominaron desde esta Ciudad todo el Bajo-Aragón.

Algo más adelante, en 23 de Mayo de 1809, tuvo lugar, en las inmediaciones de esta Ciudad, el más glorioso hecho de armas que en aquella época obtuvieron nuestras tropas bisoñas contra las muy aguerridas de Napoleón, terror y espanto de toda la Europa.

El general español D. Joaquín Blake, que se hallaba aquí con fuerzas respetables, salió a recibir al justamente célebre militar, el Mariscal Suchet, que con 8000 infantes y 800 caballos venía en su seguimiento. Presentóle Blake la batalla, que aceptó aquel sin vacilar; y después de haber hecho por todo el día los mayores esfuerzos para obtener la victoria, tuvieron que retirarse con ignominia las águilas imperiales que tantos laureles cogieran en Austerliz y Marengo.

Durante esta batalla, dirigió Suchet el ímpetu de sus soldados contra el punto de Nuestra Señora de los Pueyos, que acertadamente encomendó Blake a los valientes tercios de Aragón, mandados por el Coronel D. Juan Carlos Areízaga. Este bizarro militar, hizo con sus soldados
prodigios de valor, sin ceder nunca un palmo de terreno. Por fin, desengañado el Mariscal de que aquel punto era invulnerable por el valor de sus defensores, convirtió todas sus fuerzas contra el lado opuesto de la acción, que se hallaba en el montecillo de Capuchinos. El ataque aquí fue terrible, impetuoso. Salvo (salva) una pequeña reserva, que con la caballería,
dejó Suchet como punto de apoyo, empleó en esta tentativa todas sus fuerzas, alentándolas con su presencia y la de los Generales Fabre y Lavat.
Pero todo fue en vano: estaba en este punto el General en Jefe con el grueso de sus tropas y seis piezas de artillería; y visto el denuedo con que por todo el día se condujeran los de Pueyos, y el compromiso de tener el río Guadalope a la espalda, juzgó que no les quedaba más recurso que vencer o sucumbir con ignominia. Pelearon, pues valerosamente para lo primero y lo consiguieron con gloria, dejando el campo cubierto de cadáveres, y sobre todo la acequia del estanque próxima a la cruz de las Eras (Heras), en que murieron dos compañías de Polacos, los cuales audazmente se dirigían por ella, como por un camino cubierto, a ponerse
a retaguardia de los nuestros. Frustrada esta hábil maniobra, replegó ya Suchet todas sus fuerzas y se encaminó precipitadamente hacia Samper de Calanda, con una ligera herida en el pie.
Censúrase algún tanto al general Blake por no haber seguido la pista al enemigo, a quien se cree podía haber aniquilado del todo: y acaso hubiera sucedido así, atendido su gran cansancio de 18 horas de fatiga, entre el tiempo empleado en la acción y en el de su venida desde la
Puebla de Híjar. Pero pesó mucho en el ánimo de Blake la grande inferioridad de su caballería, y la no superioridad numérica de su infantería, en la cual no podían contarse los muchos reclutas que llevaba y que casi comprometieron la acción en sus principios.

Solo falta decir, que los habitantes de Alcañiz, así hombres como mujeres, no abandonaron en todo el día el campamento de nuestras tropas, reanimando su valor con todo género de socorros, como agua, vino, aguardiente, hilas, y ropas para los heridos, y con todo aquello que estaba en su posibilidad y alcances. Tal fue la gloriosa jornada de Alcañiz que Jovellanos recordaba con entusiasmo a los Asturianos en su célebre himno patriótico.

También la última guerra civil de siete años, ofrece vasto campo a la historia de nuestra localidad. Pero ¿qué podremos decir que no sea inconveniente, cuando tan frescos están los sucesos, y sobretodo, cuando tan quisquillosas son las opiniones, y tan intolerantes los partidos?
La verdad de la historia será la herencia de la calma e imparcialidad de nuestros sucesores, los cuales exentos de las miserias actuales, que tan en contradicción están con los eternos principios de justicia, podrán presentarla con todas sus luces y sin estos inconvenientes.

Saliendo, pues, esta prudente conducta, no diremos más que dos palabras sobre esta desgraciada época de una lucha tenaz y porfiada de hermanos contra hermanos.
Ya en la nota inserta en la página 12 y siguientes, hemos hecho una ligera indicación de los dos sitios que sufrió esta Ciudad, de los dos años de bloqueo, y de la voladura del polvorín.
Y ahora solo añadiremos, que el primer sitio dirigido por Cabrera solo duró día y medio; y el segundo, comandado por el mismo, cuatro días. Después que en ellos atacó con seis piezas de artillería al Convenio de S. Francisco, sito en la extremidad oriental de la Ciudad,
pudo penetrar en él con tres compañías en la noche del 4 de Mayo de 1838.
Trabóse entonces un terrible combate dentro del convento, que duró por espacio de dos horas y media y después de algunas víctimas de una y otra parte, se retiró Cabrera con su gente, levantando el sitio a la madrugada del día 5. El claustro procesional y el primer dormitorio del convento, destinados a tan diferentes funciones, fueron el palenque donde vinieron a medir sus fuerzas los bandos opuestos: y ellos, con sus sendos balazos en las puertas y en las paredes, testificarán por mucho tiempo este extraño y singular combate.

Como eje de sus glorias y vicisitudes, descuella sobre Alcañiz el monumental Castillo que le dio origen, y que alternativamente la amparó y la esclavizó.
Tiene también el edificio su historia aparte; y es la de la ínclita orden a que pertenecía, y la de sus Comendadores mayores en el Reino de Aragón, que con sujeción al Maestre de Calatrava, residieron allí desde que se donó a la misma por Alonso II.
Fue D. Hurtado su primer Comendador. Su inmediato sucesor D. Garci López de Moventa, oída la desastrosa toma de Calatrava por los sarracenos, y creyendo ya fenecida su orden en Castilla; no dudó en eregirse en Maestre de la misma. Sostuvo su titulo con el apoyo del Monarca Aragonés (aun después de restablecida la legítima sucesión) hasta que una concordia celebrada en 1206 dentro del mismo castillo le confirió, en cambio de su renuncia, la dignidad de Comendador mayor y Lugarteniente del Maestre, con superintendencia sobre los Caballeros y Encomiendas de Aragón.

En 1225, obtenía aquel alto puesto D. Pedro Garcés de Aguilar: D. Álvarez Fernando, en 1245: D. Juan Pérez, en 1249; y en 1258, D. Pedro infante de Portugal.

Huyendo de la saña del Rey de Castilla y de las intrigas de ambiciosos competidores, refugióse a Alcañiz el Maestre D. Garci López de Padilla, quién hasta su muerte en 1336 defendió su autoridad y la trasmitió sucesivamente a D. Alonso Pérez de Toro y a D. Juan Fernández, en competencia con los Maestres elegidos en Calatrava. Nueva concordia puso término, en 1318, a tan prolongado cisma, ganando en ella vastas facultades los Comendadores; e inhibiéndose al Maestre toda jurisdicción sobre la encomienda, si no se asesoraba con los Abades de Poblet y Veruela (Beruela). (1)

En 1369 pasó de Comendador a Maestre D. Pedro Muñoz de Godoy. D. Martín y D. Pedro Cervellón sucesores suyos, engrandecieron con nuevos salones su residencia; y un Heredia la fortaleció con robusta torre. Durante el parlamento de 1411, D. Guillen Ramon Alaman de Cerbellon, mantenía el castillo, centinela de la libertad de la asamblea. Los más nobles apellidos, los más altos personajes, alternaron en aquella dignidad; y casi llegó a hacerse patrimonio de infantes. D. Alonso de Aragón hermano del Rey Católico, que en 1485 murió en el cerco de Granada; D. Fernando de Aragón, nieto de aquel gran Monarca que dejó allí rastros de su magnificencia, como más tarde en Beruela siendo su Abad, y en Zaragoza siendo su Arzobispo y Capitán general; y en el siglo pasado D. Felipe, hijo de Felipe V, y D. Gabiel hijo de Carlos III; todos estos elevados personajes, se honraron sucesivamente con la Encomienda mayor de Alcañiz.

(1) También los Abades de Rueda entendieron varias veces en el arreglo de los asuntos del convento de Alcañiz, y aun en el de toda la Orden de Calatrava. Como ésta dependía del Abad cisterciense del Monasterio de Morimundo en Francia, y muchas veces no le era posible a
aquel jefe y Cabeza de la caballería venir en persona a hacer su santa visita; daba para ello comisión especial a alguno de los Abades cistercienses de España. Así es que en el año 1328. cumplió con este cometido el Abad de Rueda D. Guillén (Guillen), cerrando su visita de toda
la orden en el Convento de Alcañiz, próximo a su Monasterio. Y en el año 1338, practicó lo mismo otro Abad de igual procedencia, llamado D. Guillelmo; siendo muy de notar, que a pesar del asesorato otorgado a los Abades de Beruela y Poblet, ni estos ni ningún otro de la después Congregación cisterciense de Aragón, desempeñase jamas la honorífica comisión de visitar la Orden.

También el Monasterio de Rueda tuvo el alto honor, de que se depositasen en él, con gran solemnidad, los tres estandartes de Calatrava, Alcántara y Ucles; los cuales, por mandato de su Administrador el Rey, permanecieron allí desde el año 1610 hasta el 1643. Véase, al efecto, al R. P. Maestro D. Fr. Miguel Ramón Zapater, Monje del referido Monasterio de Rueda y Cronista del Reyno de Aragón y de su orden en el siglo XVII, en su Historia de las Órdenes militares de filiación cisterciense como las del Templo, Calatrava, Montesa etc; cuya obra notable es ya muy rara y poco común en el día.
Moderna fachada con dos torres de piedra y suntuoso balconaje, construida en 1728 por el Infante D. Felipe, disfraza la antigüedad veneranda del Palacio-Convento: pero salvado una vez el umbral, osténtase en pintoresca irregularidad los restos de construcciones góticas y bizantinas, que en el siglo XIII todavía se disputaban el terreno. Allí un gran arco ojivo adornado de colgadizos; aquí un portal semicircular, cuyos arcos en degradación sostienen gruesas y bajas columnas con bellos dibujos entrelazados; y allá sobre la Iglesia la torre del homenaje, que por algún ajimez parece registrar uno de los más risueños horizontes. Desmorónanse por de quiera los macizos muros: estremécense las salas a cuyas bóvedas prometían los diagonales arcos perdurable existencia. Desaparecen los rudos frescos, inapreciables para la historia del arte, que adornaban sus paredes con imágenes ingeniosas en sus símbolos, imponentes en sus arcanos. Esta era la sala de armas; aquella la enfermería; allá se celebraban los capítulos; más lejos los veteranos instruían a los noveles en la religión y militar disciplina: abajo la Iglesia recibía los solemnes votos de los caballeros: al lado de ella recibía el cementerio sus cadáveres, gastados en las campañas o encanecidos en las dignidades. Tal es, el conjunto de objetos inmediatos que sorprende al viajero artista, y que oye repetir con frecuencia a sus guías acompañantes.

Un portal bizantino con cornisa y molduras tablajeadas, y dos ventanas bizantinas en el interior, remontan la fundación de la Iglesia de Santa María Magdalena, hasta fines del siglo XII, desde que la Orden se estableció en el Castillo. Pero el principal adorno del templo, es un sepulcro plateresco del siglo XVI, cuajado de bajos relieves en finísimo alabastro.
En él yace el noble Comendador y prudente Virrey (Virey) de Aragón D. Juan de Lanuza.
que en 1528 hospedó en el Alcázar al Emperador Carlos V, y que murió en 1535.
Esta sepultura es del muy alto Señor D. Juan de Lanuza, Virrey de Aragón. Comendador mayor de Alcañiz, electa Maestre mayor de Montesa: murió el veinte y cinco del año 1535.”

Más modesta y más grave tumba, cobija en el claustro, llamado de la luna, a sus antecesores, bajo funerales nichos escasamente orlados de góticas molduras. Allí yace, entre los Comendadores, el Maestre de Calatrava Martín Ruiz de Azagra, fallecido en 1240: allí también el ambicioso D. Garci López de Moventa, (1) que años antes se arrogó el Maestrazgo. Anchas y rebajadas ojivas, como las bóvedas de un subterráneo, circuyen la luna del desierto claustro. En un ángulo aparece el nombre de su arquitecto Juan, tan desnudo y sencillo como su obra. (2)

La devastación y el abandono se disputan aquel rústico y sombrío panteón, exhausto ya de fuerzas para custodiar el ilustre depósito que se le confiara.

(1) Con rudos caracteres de letra gótica, se lee esta inscripción en su capilla-sepulcro:
«Era MCCCVI quinta nas. Junii Garcias Lupi nobilis mayor comendator Alcanisii jacet in hoc loco sub hoc altari, cujus in pace anima requiescat, Amen.»
La época de la era que se puso, se equivocó sin duda, pues que dicho García López murió por los años de 1218, a los que corresponden los de MCCLVI de la era, que debieron ponerse en la inscripción.

(2) Joannes lapicida hoc claustrum fecit: Ave María gratia plena, Dominus tecum. Esto es lo único que se lee en un ángulo del Claustro sin fecha alguna.

La mansión de la muerte, lo es también de ruinas; y acaso no está lejos la hora en que caiga a su vez hecho montón de escombros sobre el montón de huesos y cenizas que encierra, como un cadáver sobre otro cadáver.


APÉNDICES A LA SECCIÓN PRIMERA
Descripción de la antigua Iglesia Colegial de Alcañiz.

Habiendo sido este templo muy notable en su género, me ha parecido del caso conservar su memoria en este escrito, ya que con mal acuerdo se demolió innecesariamente en el año 1736, para levantar sobre sus ruinas la moderna Iglesia Colegial que hoy existe, y de la cual se ha hablado ya en su lugar. Hemos dicho que se demolió innecesariamente; porque si se aspiraba a tener una Iglesia más capaz y grandiosa, pudiera haberse hecho esto sin destruir la que había, ya que su belleza artística reclamaba por tantos títulos los fueros de su conservación.

Tomando, pues, de la historia de Alcañiz, que en 1704 publicó nuestro paisano Pedro Juan Zapater. Lo que hace más a nuestro propósito, daremos una buena idea de este precioso monumento de arquitectura gótica, trasladando a continuación lo que al efecto hemos entresacado.

El Templo principal de Santa María la Mayor de nuestra Ciudad, dice, es antiguo y suntuoso edificio, de cuyo principio, cuando y por quién fue edificado, no he podido alcanzar cierta noticia: sin embargo, me he persuadido siempre de que era contemporáneo a la traslación y población de la Ciudad, después de conquistada por los Moros..

Aunque en el año 1234 no estaba aun concluida la fábrica de la Iglesia (como lo acreditan los estatutos antiguos de la Ciudad) consta de escritura auténtica, que en el 1293 estaba ya edificado y concluido lo principal de ella..

Atribuyen algunos esta fábrica a la piedad y magnificencia del Rey D. Jaime el Conquistador; y hácese esto creíble habiéndose mostrado siempre tan honrador de Alcañiz, que le solía llamar el lugar de su recreación y deporte: y como a tal, se recogía todas las veces que sus muchas ocupaciones reales se lo permitían: y juntamente tan aficionado e inclinado a los medios y aumentos de esta Ciudad, como él mismo lo repetía de palabra y por escrito en las
Reales cartas con que fue servido de honrarla, dándole (ya entonces) en el sobrescrito, el título honorífico de su Ciudad.
Por otra parte, el edificio de nuestro templo es tan noble, fuerte y suntuoso, que merecía tener por autor a un Rey, sin nota de menoscabo de la Real magnificencia; pues excede en suntuosidad y grandeza a algunos de las Catedrales de estos Reinos.

Bajo la corrección de mejor sentir creería yo, que la fábrica de nuestro templo fue obra de la Ciudad (que no menor ánimo generoso y pío tenía, como puede verse en otras muchas obras suyas de aquellos dorados tiempos): y que algún Sr. Obispo, o la Seo de Zaragoza, o el Sr. Rey D. Jaime, le favorecieron con algunas cantidades para ayuda su construcción.

Este templo, pues, situado en medio de la población, es fuerte y suntuoso, todo él de piedra labrada, y tiene 240 palmos de largo, 96 de ancho, y 120 de alto, poco más o menos. (1)

Es de tres navadas, con tal arte que las dos de los lados vienen a formar hacia el oriente una media luna, que en medio abraza y rodea la capilla mayor. La nave de enmedio, es mayor en ancho y alto que las dos de los lados, aunque en debida proporción,
y con un ventanaje y claraboyas y vidrieras de alabastro de varias formas y hechuras al rededor, que la adornan y hermosean mucho

(1) Estas medidas equivalen a 49 metros y 2 decímetros de largo, 19 y 7 decímetros de ancho, y 24 y 6 decímetros de alto.

Su techo y bóveda es todo de piedra, de arco de punto realzado y crucería de una llave.
Fáltale todavía por concluir el cimborio que ha de estar en medio de este edificio, cuyo diseño da a entender será piramidal.

A esta bóveda la sustentan dos órdenes de columnas sobre sus pedestales, seis en cada lado, tan corpulentas y gruesas; que tienen de circunferencia y redondez 46 palmos cada una, menos las que abrazan y forman la capilla mayor, que son más delgadas.
Su figura es, los pedestales cuadrados; y en las esquinas, unas entradas o ángulos que vienen a formar otras esquinas menores: y las basas son corintias, sobre las cuales se levantan las columnas redondas y compuestas, cada una de ocho columnas, dos por cada lado o cuadro; sin otras menores entretejidas en las cuatro partes de aquellas, de forma y arte que cada columna principal es un agregado y compuesto de doce, catorce y aun diez y seis columnas juntas, por no ser en esto todas iguales, y no guardar orden y regla, aunque no carecen de ella, los capiteles son corintios; donde hay entallados y esculpidas diversas historias de Cristo, ya ángeles, grifos, leones, serpientes, aves y follages labrados al uso de aquellos antiquísimos tiempos; y no sirve un capitel solo para toda la principal columna, sino que cada par de las mayores tienen el suyo, y lo mismo cada una de las menores.

Las primitivas capillas fueron, a lo que se ve y parece, solas tres, que eran las de la media luna, que como digimos, abrazaba la capilla mayor, y eran de forma y crucería ochavada de una llave: las que ahora tiene, son nueve de diversas hechuras según los tiempos en que se han ido fabricando..

Tiene este templo dos puertas principales a los lados del mediodía y septentrión, muy majestuosas y primorosamente labradas. Antes tenía otra tercera puerta al lado del mediodía, muy curiosa y bien hecha, que sola y precisamente servía para entrar y salir los novios, si quiere desposados, cuando se les daban las bendiciones nupciales más cerróse por los años de 1635, poco más o menos, cuando en su lugar se fabricó la hermosa capilla de S. Gregorio.

La portada pues de mediodía, que es la más principal de esta iglesia, está primorosamente adornada con dos columnas que sirven de esquinas a los lados de la misma puerta, y con un friso de un palmo de ancho en lo grueso de la tamba en el arco, de mucha talla, primorosa y delicadamente trepado; y en la llave de su arco, tiene tres figuras de casi relieve entero: la del medio es la Virgen con su niño Jesús en sus brazos, de postura asentada, de algunos cuatro o cinco palmos de altura: a mano derecha tiene un ángel; y a la izquierda, otra que parece de S. José, ambas en pie y de unos (algunos) tres palmos de estatura. Luego tiene de fondo esta portada algunos quince palmos, y está adornada de doce columnas a cada lado en sus rincones, asentadas sobre un sotabanco, de tres palmos de alto que sirve de poyo
para sentarse, con sus bases y capiteles, y con 28 historias de la infancia, vida y pasión de Cristo Nuestro Redentor de medio relieve, sendas en cada capitel, dos en las esquinas de la misma portada, y otras dos debajo del friso que sirve de guarnición a toda esta obra, y todas de obra muy prima.

Sobre estas 24 columnas corre una cornisa trepada de talla antigua con sus resaltes, y sobre aquella cargan doce arcos uno mayor que otro, que van ensanchándose y haciendo razón, y el mismo viaje que las columnas, muy curiosos; porque el más angosto y cercano a la puerta, está adornado con unos arquillos enlazados y bien vaciados: el segundo, lo está de unas como olas de talla a modo culebreado: el tercero, con cordón liso y unos floroncillos a modo de
punta de diamante por ambas partes: el cuarto, con friso a modo de frutas: el quinto, con cordón liso, y en frontera unas puntas que lo adornan a modo de arco de puntas, con sus floroncillos en las hijadas: el sexto, está adornado con un orden de figuras de santos de algún palmo y medio cada uno, de más de medio relieve; que todos son 32: el séptimo, es como el tercero: el octavo, está con otro orden de 40 imágenes de santos, de más de medio relieve: el noveno, con cordón liso y con arquillos de punto realzado, muy bien vaciados: el décimo, con otro orden de 42 hechuras de santos: el undécimo, está conforme el quinto; el duodécimo, está adornado con una moldura a modo de capitel dórico, y por guarnición lleva un friso viajado de talla, y finalmente orlas husadas. Tiene sendos bultos de santos de algunos ocho palmos de alto.

La otra puerta del septentrión, aunque, como menos principal, no lleva tanto adorno como la que hemos (habemos) descrito, todavía lleva lo suficiente para parecer muy hermosa y de ostentación: porque sobre tener la subida en las mismas esquinas y la tamba con cordón liso en la esquina y unas florecillas de un lado y de otro, y en la llave una imagen de la Virgen de postura asentada, de algunos cinco palmos de altura, con su corona de reina en la cabeza
y su bendito Hijo en los brazos, de casi relieve entero; tiene de fondo algunos ocho palmos con seis columnas en rincón en cada lado asentadas sobre otros dos sotabancos y con sus basas y capiteles de talla y de esculturas de grifos, leones y otras mixturas, sobre las cuales asienta la cornisa de talla corrida, y sobre aquella se levantan otros seis arcos haciendo razón a las columnas.
El más vecino a la puerta está adornado con algunos arquillos enlazados, famosamente trabados y vaciados por detrás: el segundo, coa un friso de talla: el tercero, con un cordón liso y unos floroncillos a punía de diamante por ambas partes: el cuarto, con una orden de 25
hechuras de santos de más de medio relieve, y de palmo y medio de largo: el quinto, con un cordón adornado de unos arquillos a punta, con florones trepados en sus macizos o hijadas: el sexto (sesto), con un capitel dórico, y por remate y adorno de todo, un cordón con sus manzanas a trechos dentro, de una escocia grande; y en las hijadas, sendas hechuras de
santos de algunos cinco palmos de alto. Y para perfecta hermosura de este templo, desde la una puerta a la otra, corre una espaciosa plaza en forma más que de semicírculo que la rodea desde septentrión, por oriente a mediodía, plantada toda de una renglera circular de copados olmos.
El retablo de la capilla mayor es muy vistoso aunque antiguo, pues si no sé contarlo, mal hallo que se hizo por los años 1409. Todo él es de hermoso pincel sobre tabla al uso de aquellos tiempos, y dorado lo que permite la pintura con las divisiones y demás adornos suyos. Es de figura ochavada conforme la capilla mayor. El pedestal contiene ocho historias de la pasión de Cristo Nuestro Redentor en, otros tantos cuadros o divisiones con sus coronillas a modo de doceles trepados: en medio está el sagrario.

Del pedestal arriba, es el retablo de tres cuerpos, en medio del cual y sirviéndole de trono o
pedestal el sobredicho sagrario, tiene en un nicho una imagen de bulto y en pie, de nuestra Señora, como cabeza de altar, patrona y titular de esta iglesia y ciudad con el nombre de Sta. María la Mayor, de la estatura natural de, una mujer (muger) de gracioso y buen talle con su bendito Hijo en los brazos. Sírvele de dosel un cimborio, si quiere cañón piramidal, trepado delicadamente que sube disminuyéndose hasta lo más alto del retablo: luego en cada parte varias historias, que por todas son doce, de la infancia y vida de Cristo y de su santísima Madre, con unas a modo de pilastras que las dividen de arriba abajo con cuatro santos de bulto en cada una, de cuatro palmos de alto cada uno, y con sus doselicos, cañoncillos o cimborios trepados cada uno, y cada historia con su dosel o corona trepada encima: y sobre las cuatro más altas, otros cuatro cimboricos trepados y piramidales, que hacen juego y
razón con el de la imagen de la Virgen. Y finalmente abrazan y cercan todo el retablo, unos pulserones grandes en que están pintados los doce apóstoles de cuerpo entero y natural, seis de cada parte, dividiendo los siete escudos con las armas de la ciudad que publican ser obra suya.
El sagrario y la custodia, tal como las describe el Sr. Zapater, excitan también el interés; y por eso vamos a copiar sus palabras, antes de terminar esta descripción.
El sagrario, dice, es ochavado por dentro y fuera. Tiene como unos 15 palmos de alto y 9 de ancho, con sus columnas, entenas y pilastra, y con todo su ornato de arquitrave, friso y cornisa de orden corintio entre las cartelas del pedestal. En los ochavos de afuera entre las columnas antorchadas, tiene unas historias en varias figuras del Salvador y otros Santos de escultura; y en los de dentro, oirás historias de la Pasión de Cristo; siendo todo de medio relieve, y con su media naranja vaciada y lisa. Y por remate, una figura de bulto de Cristo resucitado y al rededor sobre una cornisa, a los Ángeles, con sus candeleros en las manos ..

Y pues habemos hecho mención del sagrario, bien será le hagamos de la hermosa y bien trabajada custodia o tabernáculo de plata que en si encierra. Esta preciosa alhaja se perdió en el año 1809, a la entrada y saqueo de los Franceses.

Tendrá este tabernáculo como unos 8 palmos de alto; y es de tres cuerpos. El pedestal, que carga sobre cuatro serafines dorados, tiene sus resaltes donde cargan las columnas, con su ornato de basa y cornisa; y en los medios, los escudos con las armas de la Ciudad.

El primer cuerpo consta de ocho columnas estriadas, dos en cada lado a modo de ochavado, aunque no perfecto, con sus basas y capiteles corintios; y por cielo, una media naranja rebasada y estriada a los dos lados: y fuera de las columnas, en el cuadro que hace sus resaltaderos, dos imágenes doradas de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo.
En este primer cuerpo va el viril, que es muy hermosa pieza y crecida, con su pie y basa, todo sobre dorado.

Síguese el arquitrave, friso y cornisa, con las molduras y corridas que pide el arco; y sobre aquella, en los cargamientos de las columnas, ocho pirámides.
Aquí se levantan otras columnas estriadas, con sus basas, capiteles, arquitrave, friso y cornisa, del mismo orden que las del primer cuerpo; y dentro, una hechura de Cristo resucitado, con otras dos imágenes de santos obispos sobre dorados, puestos a los lados fuera de las columnas, con otras ocho pirámides en sus puestos: lo cual forma el segundo cuerpo.
Síguese el tercer cuerpo, a cuyos lados tiene dos Ángeles sobredorados, el cual se compone de ocho estípites con su ornato de arquitrave, friso y cornisa, con una media naranja; y dentro una campanilla harto recia. Y por remate de todo, unas pirámides alrededor de la cornisa; y sobre la media naranja, una cruz llana.

Este tabernáculo es obra de la Ciudad, que lo mandó hacer no ha muchos años. Dijéronme que pesa como unas cinco arrobas. Lo singular, raro y exquisito de este tabernáculo, juzgo ser, que la plata con que está fabricado se sacó de una mina que se halla en el término de esta Ciudad; según me lo han asegurado, entre otras, una persona muy curiosa y fidedigna.

II
Descripción de los jaspes y mármoles de la actual Iglesia Colegial de esta Ciudad,

Habiéndose aludido en la Sección primera, página 18, a los preciosos jaspes y mármoles de
esta suntuosa Iglesia, sin dar de ellos más que una, idea general; hemos creído indispensable describirlos ahora circunstanciadamente, como vamos a hacerlo, dejando para otro lugar la explicación, de su arquitectura.

Retablo mayor.

Este sencillo a la par que majestuoso retablo de orden corintio, cuya construcción costó millón y medio de reales, y a cuyo mérito artístico hacen justicia cuantos inteligentes lo ven y admiran; consta de varios jaspes y mármoles de mucha estima, colocados en la forma y manera que vamos a explicar sucintamente.

En la mesa del altar, que está suelta y aislada, el mármol negro con pintas obscuras de varios colores, es de Fuenfría, pueblo de este reino de Aragón.

El fondo de las ménsulas es de mármol azulado con listas blancas y oscuras traído de Italia; y el del frontal, de mármol verde de Granada.

Las fajas del tablero con basa y cornisamento, son de mármol acarminado de las canteras de Alcañiz, que se hallan en los montes y partida de Pui-Moreno.
En el primer cuerpo del altar, todos los jaspes almendrados de diferentes colores, algo más subidos que los precedentes, y que se hallan en el gran basamento; son de las canteras de esta Ciudad.

En las puertas de los lados, las jambas de encarnado, de amarillo y de almendrado, son de Alcañiz; y el frontón azulado de sus remates, de Italia.

En el reverso del altar, todo su gran basamento y puertas laterales, son de mármoles cenicientos de Calanda, pueblo de este partido; los acarminados, del pueblo de la Zoma, no lejos de esta Ciudad; y los encarnados con varias mezclas muy vistosas, de la misma ciudad.

En el cuerpo principal, el plinto y fustes de todas sus grandes columnas y pilastras, son de mármoles acarminados y transparentes de Alcañiz. Sus basas y capiteles están dorados.

Las platabandas o jambas del nicho del altar, y las fajas de los intercolumnios y pilastras son de mármol obscuro con tintes negros de Fuenfría.

Los fondos de los recuadros de los costados, con imposta y archivolta del nicho, son de mármoles amarillos salpicados de varios colores, que se trajeron de Tortosa.

Y el recuadro de la parte inferior del cornisamento, es de mármol azulado, de grande efecto, traído de Italia.

La cornisa principal y el arquitrave, que se componen de jaspes amarillo-encarnados, son de Alcañiz, y lo mismo el encarnado-amarillo del friso.

En el tercer cuerpo, el ático es morado y almendrado en su zócalo, y lo mismo en la basa, pilastras y cornisamento; siendo todos estos mármoles de Alcañiz, y de Fuenfría el negro obscuro que se descubre en el centro de la gran ventana y en los intermedios de las pilastras.

Por fin, el pajizo con varias mezclas del marco triangular, es de Tortosa.

Tales son los preciosos jaspes y mármoles de este suntuoso y magnífico retablo.


Capilla de la Soledad.

Tabernáculo de esta linda capilla, que se construyó también por el mismo tiempo, merece asimismo que lo coloquemos a su lado, por sus no menos preciosos mármoles.

Dicho tabernáculo contiene lo siguiente:
Los pedestales de las columnas son acarminados en su zócalo y basa, de un claro amarillo con aguas moradas, en su neto. Sus cornisas son de un blanco entre obscuro y claro; perteneciendo todos estos mármoles a las canteras de Alcañiz, menos los embutidos de puro mármol negro en el neto, que son de Calatorao, pueblo de Aragón.

El cuerpo principal del altar del tabernáculo, que es de orden compuesto, tiene sus columnas de un morado caído, salpicadas de almendrado blanco: las basas de ellas, de un rojo amarillo-claro; y los dos intercolumnios y archivolta, encarnados. Todos estos mármoles son de las canteras de esta Ciudad, menos el fondo negro del nicho de las Santas Imágenes, que es de Fuenfría.

La graciosa mesa del altar tiene el tablero del frontal de mármol acarminado algo subido, que es de la Zoma. En este tablero hay embutida una faja enteramente blanca de mármol de Génova; siendo de Alcañiz el morado del rehundido.

En medio del tablero, hay embutido un corazón de mármol muy acarminado de la Zoma; y el otro embutido que lo sostiene, es de mármol azulado de Italia. Está circuido este corazón de varios filetes embutidos de diferentes mármoles de los arriba nombrados, los cuales con una graciosa corona en su parte superior, forman el adorno exterior del corazón, cuya figura describen en sus contornos.

A los lados del tablero hay también unas fajas de embutidos de mármol blanco de Génova, y en ellos se han incrustado jeroglíficos de mármol negro de Calatorao, alusivos a la Pasión de Nuestro Redentor.
En fin, todo el basamento general de esta graciosa Capilla es de mármoles morados, pajizos, almendrados y blanquecinos de las canteras de esta Ciudad.

III
Ingreso principal del Coro, y resumen general de los mármoles de la Iglesia.

Este magnífico ingreso de seis lindísimas columnas de orden compuesto (sin adorno en sus capiteles) las cuales sirven de apoyo al gran verjado que cierra su testera; consta también de varios jaspes muy hermosos de las canteras de esta Ciudad. Domina en ellas el color blanco, pero está combinado muy suavemente con el de carmín, junquillo y otros de muy buen efecto.
Precédele una hermosa barandilla saliente, que, flanquea por los lados sus puertas bronceadas, siendo todo su basamento de mármol obscuro en la parte baja, y de un encarnado y morado muy claros en la alta: entrambos, de las canteras de Alcañiz, con las dos gradas o escaleras, que median entre la barandilla y el verjado.

RESUMEN.

Además de los jaspes y mármoles de este ingreso, y de las demás partes de que hemos hablado; los hay también muy hermosos en el verjado de la Capilla del Rosario, el cual se apoya en un bonito basamento y cuatro graciosas columnas que sobre él descansan, y finalmente en el altar de San Joaquín, y en las pilas del agua bendita, siendo de las
canteras de esta Ciudad todos los mármoles mencionados.

De esto, pues, y de cuanto llevamos dicho, resulta que los jaspes y mármoles que hay en esta iglesia, son de Alcañiz la mayor parte, y que los hay de muchos colores primorosamente combinados, y de varios puntos de España y del extranjero.
He aquí como hemos podido clasificarlos.

Procedencia de los mármoles. Color de los mismos.

De Alcañiz encarnado, morado, acarminado,
pajizo, almendrado, blanco (1),
De Génova blanco puro.

De Italia azulado.

De Granada verde.

De Tortosa salpicado de varios colores,
en general amarillo.

De Calanda ceniciento.

De la Zoma acarminado, rojo.

De Fuenfría negro, obscuro.
De Calatorao negro puro.

(1) Estos mármoles que son muy vistosos, muy poco porosos, muy transparentes, y de excelente colorido y grata suavidad; se combinan del modo siguiente:
Blanco con pequeñas manchas encarnadas y cenicientas; acarminados con mezcla de varios colores; pajizo, con algunas sombras de color de castaña y manchas blanquecinas; blanco anteado, con escasas pintas da color de chocolate; y en fin, de mil modos y maneras indescriptibles (indescribibles). Y a este tenor se combinan también los de los demás puntos, a excepción de aquellos que son enteramente de un color.

Antes de terminar el resumen de los jaspes y mármoles de la Iglesia Colegial, debemos decir, y no omitir, que los muy hermosos que hay en las tres gradas del presbiterio y en las dos graciosas barandillas abalaustradas que lo cierran por sus lados, son también de las canteras de esta Ciudad, participando los sobredichos mármoles de casi todos los colores que de ella hemos descrito.


IV
Modo de trabajar los mármoles.

Explicados ya suficientemente los jaspes y mármoles de que se componen las obras de esta
clase que hay en la Colegiata, no completaríamos bien esta importante materia si no añadiésemos cuanto hemos podido averiguar acerca del modo y manera de trabajar estas piedras preciosas. Y a esto nos mueve el deseo de alentar y estimular a nuestros canteros
alcañizanos, que tanto gusto como afición manifiestan por el adelanto de sus conocimientos lapidarios.

La primera operación, pues, que hay que hacer para ello, consiste en cortar las piezas que se desean y necesitan, y proceder al desbaste de ellas. Esto se ejecuta con picos, tallantes y sierras. Después se quitan las prominencias y escabrosidades que quedan en la superficie; para lo cual se hace lo siguiente:

1. Se frotan las piezas con piedra llamada asperón de grano gordo, hasta quitar de este modo
todas las prominencias y asperezas notables de la cara del mármol que se quiere pulimentar.

2. Después se pasa y roza con agua otro asperón de grano mediano, no tan grueso como el anterior, sacando con él todo el partido de que es susceptible.

3. Luego se hace la misma operación con piedra de grano más menudo. Y así sucesivamente y con orden progresivo, se va frotando la superficie del mármol con piedras de arena más finas, hasta llegar al punto en que ya es necesario usar de la piedra mejor y más fina de afilar, o bien de la piedra pómez.

Todo este trabajo prolijo y detenido se necesita para dar a los jaspes o mármoles la última mano, y sacarles su hermoso y resplandeciente pulimento.

Por fortuna tenemos nosotros en las muchas y variadas canteras de esta Ciudad, todas las piedras graduales de que se ha hecho mención; si exceptuamos la última de afilar, que es preciso hacer traer de las canteras del Moncayo próximas a Tarazona. Y aun sin embargo de esto, los herreros, cerrajeros y falceros se sirven aquí de la piedra de asperón entre fino, que se halla en nuestras canteras, con la cual arreglan y afilan sus destrales, navajas, cuchillos, y
demás instrumentos de sus oficios y de los usos domésticos. Y no fuera extraño, que si se hiciese un estudio detenido de nuestras numerosas canteras, tal vez no se necesitara valerse de las del Moncayo.

Al presente sucede todo lo contrario: no solo no se hacen estos estudios, sino que habiéndose principiado a explotar nuestras canteras marmóreas cuando se emprendieron las obras de la Colegiata, se han abandonado ya después enteramente, sin sacar de ellas pieza alguna, y casi perdiéndose del todo los útiles conocimientos que entonces se adquirieron.

En vista de esto, no podemos menos de dolernos y lamentarnos, a la par que extrañarnos, del grande olvido e inexplicable abandono en que yacen nuestras preciosas canteras, cuando tanto afán y solicitud se observa en nuestros días por todo progreso y adelanto material. Y sin duda alguna, esto mismo abona nuestra sana indicación, que creemos conveniente y atendible, sobre todo para los hijos de Alcañiz.

A los hombres, pues, de gusto y de recursos; a los que aspiran a hermosear y engalanar sus casas con el mejor adorno material que conocen, las bellas Artes, y que con tanta profusión como ventajas nos legara aquí la Providencia; y a los que circunstancias dadas les permiten o autorizan construir templos, palacios, edificios públicos u obras monumentales; les recomendamos muy eficazmente los jaspes y mármoles de Alcañiz: y sobre todo, que imiten para ello el genio pío y elevado de nuestros Padres, vivo, manifiesto, elocuente y perdurable, en esta nuestra insigne Iglesia Colegial.